martes, 23 de marzo de 2010

CUANDO LOS DESEOS DEJAN DE SER UTOPIA


Por: GUSTAVO MONTENEGRO CARDONA

Facilitador módulo Desarrollo Humano


De pequeño acostumbraba caminar por los amplios andenes de la maltería que Bavaria montó hace ya varios años en Ipiales, generalmente era mi ruta para ir hacia la casa de mis amigos, o para en bicicleta llegar a la pista de bicicrós donde con otro grupo de compañeros de viaje infantil nos encontrábamos para hacer piruetas. En esos años éramos niños hasta entrados los 16 o 17 años de edad, por eso la juventud no la viví en mi ciudad natal. Como niños participábamos, al lado de los jóvenes de la época, de procesos de formación en valores a través de pequeños espacios de liderazgo que las instituciones educativas montaban con el ánimo de forjar en nosotros aptitudes, habilidades, ciertas capacidades, y en el mejor de los casos, transformación de nuestras personalidades, todo eso siempre desde el principio de ser mejores seres humanos. La realidad también se construía con grupos juveniles que promovían actividades relacionadas con la rumba no muy sana, las destrezas para la conquista del género femenino, o el contra ataque de las mujeres hacia los muchachos. No recuerdo haber escuchado asuntos como la política pública, la juventud como población, o procesos de movilización juvenil para transformar la realidad que vivíamos. También valga decir que vivíamos un mundo distinto, cargábamos mochilas de sueños, caminábamos sin prejuicio por las calles aún sin pavimentar, jugábamos a ser conquistadores de corazones, nos topábamos con una que otra pelea en los callejones desérticos, leíamos libros de otra época en la biblioteca municipal, armábamos partidas de ajedrez en el Club Peón Rey, tomábamos gaseosas y comíamos pambazo, nos íbamos de campamento por las rutas de los ríos cercanos, nos divertíamos en un territorio que era pequeño, que lo considerábamos propio, y que se enfrentaba a sus conflictos sin mayor trascendencia. Era un lugar en paz a pesar de los tormentos del corazón adolescente.

Hoy, menos joven que en aquellos años, ya adulto y niño transformado, vuelvo a caminar por los mismos andenes de la maltería que quedó sembrada como una fábrica de ilusiones del pasado rumbo a la Escuela de Liderazgo Juvenil para la Transformación Social. Llego a pie, y mis ojos reconocen las casas de los amigos, los lugares comunes, los sitios transformados, los nuevos barrios, las nuevas casas, las casas queridas, los rincones que me hacen sentir nostálgico. Camino como facilitador y me enfrento a una nueva realidad juvenil. Por estos días se piensa en derechos, se reconoce al joven como sujeto constructor de su mundo, y así como se cuestiona a la juventud también es tiempo para ver que estos seres humanos que habitan el territorio en condición de adolescentes en transición a la adultez son hombres y mujeres diferentes. Sus liderazgos son trascendentales, se toman la vida a pecho, asumen su papel con una responsabilidad que asombra, se reconocen líderes de procesos, organizan a otros jóvenes, muestran caminos posibles, establecen pactos de lealtad con el conocimiento, anhelan la sabiduría, se consideran incompletos, se confiesan religiosos y se asoman a la vida con una actitud que está muy lejos de aquellos años cuando personas como yo pasamos por la juventud como una edad diferente.

Fue una bendición comenzar con el módulo de Desarrollo Humano en esta ciudad que alberga la esencia de mi vida, pues si algo soy es eso, un ciudadano ipialeño. Ahora que vuelvo en la condición de facilitador de la Escuela de Liderazgo Juvenil, justo en esta ciudad que me regala respiros gratos, siento profundo orgullo por estos muchachos y muchachas que cuestionan, critican, enseñan, planean y movilizan. Siento alegrías particulares por ver rostros cargados de esperanzas que muchos conservan en silencio, pero que de un momento a otro las develan como si fuera necesario confesar los secretos de los corazones. Mis ojos vieron jóvenes diversos, exigentes de derechos, jóvenes que cuestionan a otros jóvenes; niños que ya piensan como jóvenes, y jóvenes que aún extrañan su estado de infancia. Mis oídos oyeron palabras duras, pero también expresiones gratificantes. Palpé una realidad diferente, sentí con mis manos la dulzura de jóvenes dispuestos a trabajar por su vida. A mi olfato llegaron los aromas del campo mezclados con los olores de lo urbano en una simbiosis de anhelos, deseos, sueños, palabras, expresiones, demostraciones de voces, ritmos, y andanzas que motivan a respirar el aire de la juventud ipialeña. Degusté de nuevo el sabor de mi tierra, a mi paladar le tocó sentir el sazón particular del plato que se elabora porque se cree con firmeza, con fe en la tradición de la receta que alimenta. Degusté las palabras de agradecimiento y me satisfizo el manjar de trabajar al lado de dinamizadoras capaces y comprometidas con sus proyectos de vida. Mi cuerpo, mundo de sentidos sale complacido de viaje, me acompaña la vida de Cristian Estrella, un nuevo amigo, un nuevo socio. Juntamos rodamos por las calles de este Ipiales que cada vez se me queda más pegado al corazón, porque luego del trabajo es más fácil comprender que los deseos ya no son una utopía.

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